Como iba diciendo, ahora me dedico al no-limit. De ahí el título de esta entrada.
Nada más regresar de Las Vegas, estuve un tiempo jugando torneos multimesa. Obtuve buenos resultados (un primer puesto en un torneo de 100$, que no es moco de pavo, y varias mesas finales), pero en cuestión de un par de meses me cansé.
Para mí jugar torneos es un sacrificio. Eso de tener que estar sentado frente al ordenador a una hora determinada para empezar a jugar y no poder despegarse del asiento hasta que se sale eliminado…, no sé, no va conmigo. Si juego al poker en línea no es para tener que cumplir con un horario. «Pero Álex», oigo que alguien me dice, «para alcanzar la gloria hay que destacar en los torneos; en las partidas de dinero uno no se hace un nombre». Ya, pero, qué queréis que os diga, a mí ya me está bien mantener un perfil bajo (¿estará bien dicho esto, o será una expresión anglosajona?).
Así pues, me pasé a las partidas de no-limit. Y tengo que deciros, amigos, que desde que empecé en serio en esto del poker nunca había disfrutado tanto como ahora. Y no estoy hablando de ganancias, sino del juego en sí. Es como si al abandonar el limit me hubiera desprendido de una camisa de fuerzas. Me encanta la libertad de movimientos que permite el no-limit. Si jugáis con límite, probad a hacer el cambio, veréis como resulta refrescante.
Para mi vuelta al mundo del no-limit, escogí las mesas de 5-6 jugadores (al fin y al cabo, el short es mi hábitat natural). Durante cinco meses estuve batallando en ese mundo hiper-agresivo de faroles y contra-faroles, donde la varianza es tan grande que uno está al borde del colapso nervioso en todo momento. Tras una temporada especialmente estresante, decidí probar las templadas aguas del full ring. Eso me permitió incrementar el número de mesas en las que juego (ahora alcanzo las 2000 manos diarias con regularidad) y reducir la varianza. Más sobre full ring no-limit en próximas entradas.