Indentifica tu Umbral del Dolor para Saber cuándo Retirarte con Pérdidas

La racha —aquella racha maravillosa de la que os hablé en el último post— llegó a un abrupto fin. Y no fue por culpa de los bad beats, qué va, ¡fue por culpa de la maldita conexión a Internet! Mi proveedor me llegó a putear tantísimo que al final decidí darme de baja, y ahora ya llevo semanas navegando a 56KB, con una conexión tan poco estable que no resulta apta para jugar a poker. Sí, sí, como lo oís, en plena era del High-Speed Internet Access, aquí me tenéis a mí navegando a 56 puñeteros KB, perdiéndome la mejor racha desde que empecé a jugar, perdiéndome el WCOOP de PokerStars, y, lo que es más grave, perdiéndome el torneo mensual del foro. Pero claro, como estoy trasladándome de casa, pues no voy a instalarme una nueva línea de teléfono para unos pocos días, así que me toca aguantarme.

Y en fin, no hay mucho más que contar. Aunque ya que me he puesto a escribir, voy a comentar el tema de cuándo retirarse de una sesión con pérdidas. O mejor dicho, voy a revisar mi postura sobre este tema.

Hace tiempo escribí esto en El Buzón del Poker: «Una racha de malas cartas no es por sí sola motivo para dejar de jugar. Si nuestros oponentes juegan mal y nosotros jugamos bien, sin dejar que las pérdidas afecten nuestra estrategia, seguir en la partida puede resultarnos provechoso. No importa que en las últimas cien manos hayamos recibido unas cartas deplorables; nuestras probabilidades de ligar buenas cartas en las próximas manos son iguales que las del resto de jugadores». Todo eso es cierto, yo no he sido el primero en exponer algo así y tampoco seré el último. Bien. El problema es que en la práctica cuesta mucho no dejarse afectar por un ataque salvaje de bad beats asesinos y seguir jugando al mejor nivel. Es difícil, complicado. No niego que algunos sean capaces de lograrlo. Sólo digo que es… difícil, complicado.

Lo que es yo, debo reconocer que a veces me he ofuscado con las pérdidas. En particular destacaría una noche, hará ya un par de meses, en la que me senté a jugar media horita para pasar el rato, y empecé a perder, a perder, y transcurrió la media horita y seguía perdiendo. Luego transcurrieron varias horas más, durante las que seguí perdiendo y, tozudo yo, terminé por no irme a la cama hasta las ocho de la mañana. Con pérdidas, claro. Y mentiría como un bellaco si dijera que esa noche jugué durante todo el tiempo a mi mejor nivel…

Apuesto a que a muchos os ha pasado. Uno quiere recuperar lo perdido, pero no le vienen las cartas y se va caldeando. La cosa sigue empeorando y uno sabe que está jugando mal y que debería abandonar las mesas e irse a la cama, ¡pero eso es lo último que desea hacer! Hay que remontar a toda costa, recuperar al menos una parte de las pérdidas…

El problema se presenta cuando uno ha perdido una cantidad que le hace sentir mal. Por eso, yo, desde esa noche de la que os he hablado, me he marcado un límite de pérdidas máximas en una sesión de 30 apuestas grandes. Perder 30 apuestas es algo que puedo asumir sin que me afecte, pero cuando paso de esa cantidad empiezo a pensar en lo que estoy perdiendo y eso no es bueno ni para mi psique ni para mi juego. Así que 30 apuestas. Punto.

Para mí, en días normales, son 30 apuestas grandes, pero cada jugador debe conocer su umbral del dolor y establecer su propio límite de acuerdo a él. Cuanto más preparado esté uno sicológicamente, más puede perder sin inmutarse. Pero estoy convencido de que todos tenemos un límite que si sobrepasamos, nos deja tocados. No conviene hacerlo.

 

PS: Reflexionando un poco más sobre este tema, me doy cuenta de que el límite varía de un día a otro. Factores como qué resultados hemos obtenido recientemente o el ánimo que tengamos ese día, hacen que oscile el punto en que se sitúa nuestro umbral del dolor. Igual que hay días en que no aguantamos a la gente y estallamos a la mínima provocación, los hay en que no soportamos perder.

De nuevo, cada uno debe conocerse a sí mismo, y prever de antemano cuál es su límite para el día.