Adiós a Las Vegas

Han pasado… cuánto, ¿doce días?, desde que volví de Las Vegas, y, maldita sea, todavía tengo el sueño trastocado; todavía me voy a dormir a las nueve de la mañana y cosas así. Es curioso, al llegar a Las Vegas no noté siquiera el jet lag… Y digo yo…, tal vez llegué a Las Vegas mentalizado para el esfuerzo descomunal que iba a tener que llevar a cabo, y en cambio, después del viaje, sin responsabilidades importantes, he sucumbido a todo el agotamiento que había acumulado.

El viaje de regreso fue matador. Nos encontrábamos en Los Ángeles a falta de ocho horas para que nuestro avión despegara en Las Vegas, así que salimos de los Universal Studios con el tiempo justo y tuve que conducir a toda hostia a través del desierto del Mohave, con sólo una parada para repostar en boxes. Y luego, controles en el aeropuerto demenciales (me confiscaron una docena de botellitas de Tabasco) y diecisiete horas de vuelo, con dos escalas, para llegar a Barcelona, donde estaba pasando unas tranquilas vacaciones antes de que esta locura empezara.

Bueno, pero Las Vegas qué tal, me preguntaréis. Pues mirad, a mí no me gustó. Es un sitio al que no volvería si no fuera porque es la capital mundial del poker. Durante el último año había contemplado la posibilidad de trasladarme a vivir a Las Vegas algún día, pero os aseguro que después de estar ahí, la idea ha quedado completamente descartada. Las Vegas no es un sitio pensado para que la gente viva en él. El calor es inaguantable y todo lo que puedes hacer es ir de un hotel-casino a otro hotel-casino. En Las Vegas, todo ocurre en los hoteles-casino. Se duerme, se come, se juega, se va de compras, se va a clubs nocturnos, se va al cine, se va a conciertos, se va al teatro, se va a espectáculos de magia… en los hoteles-casino. No es una vida que me atraiga demasiado.

Los Ángeles es otra cosa. Los Ángeles me gusta. El problema de LA es que es tan grande y todo está tan disperso. Que queréis que os diga, no me estimula la idea de tener que coger el coche cada vez que quiero ir a alguna parte (y menos con lo locos que están los conductores ahí). Pero hay tantas cosas interesantes en LA. No llegué a visitar The Bike o el Commerce, sin embargo. Lo que viene a demostrar que, en contra de lo que mi mujer pensaba, no soy un obseso degenerado del poker.